México fue la última parada de Maximus Circus
El 21 y 22 de septiembre, México se sumergió en la utopía de Travis Scott. El Circus Maximus Tour, con su alucinante combinación de música y espectáculo, llegó a la Explanada del Estadio Azteca para convertir lo onírico en real.
Para mí, esta aventura empezó unos días antes del concierto, cuando un inesperado mensaje me ofreció la posibilidad de fotografiar uno de los shows más grandes del año.
¿Cómo decir que no a la oportunidad de capturar uno de los tours más esperados del hip-hop? y aunque vivir en otra ciudad complicaba las cosas, una noche antes, el 21 de septiembre, subí a un autobús rumbo a la Ciudad de México con mis cámaras listas, mientras la emoción y el nerviosismo luchaban por el control de mi mente. Sin embargo, algo dentro de mí hacía que se sintiera como un sueño, algo tan alejado de la realidad que decidí no contarle a casi nadie. Siempre he preferido mantener la realidad de los sueños separados.
En el camino, escuchaba a otros fans hablar sobre Travis Scott como si fuera una deidad moderna, algo que solo aumentaba la sensación de estar a punto de presenciar algo más grande que la vida misma.
Cuando llegué a la ciudad, el caos habitual de CDMX me recibió con los brazos abiertos. En la explanada del Estadio Azteca, filas de fans que acampaban ansiosos por ver a Travis se extendieron por las calles. Al caminar por los puestos de mercancía, mi mente seguía divagando entre la incredulidad y la certeza de que esto estaba realmente sucediendo.
La experiencia comenzó mucho antes de poner un pie en el Estadio Azteca. Mi travesía hacia el concierto de Travis Scott me llevó primero a la Condesa, el lugar donde se rumoreaba que el artista había sido visto. No esperaba encontrarlo allí, pero la idea de caminar por las calles, tomarme un café y relajarme un poco antes del evento era mi forma de bajar los nervios.Un pequeño respiro antes de sumergirme por completo en el espectáculo. Los cafés, las conversaciones con amigos que me hicieron un pequeño tour improvisado de la zona… todo me mantenía en ese limbo donde lo irreal parecía estar a punto de hacerse tangible.
Pero de repente, el sueño se tornó en pesadilla. Recibí un mensaje: “Se cancelaron los accesos a fotógrafos”. ¿Y ahora? ¿Dónde dejaría mi equipo? Aún así, decidí dejarlo todo en manos del destino, confié mi cámara a un desconocido y me adentré en el estadio. Estaba ahí, lista para vivir el espectáculo, aunque ya no desde el lente, sino como una fan más.
Llegué temprano a la explanada del estadio, buscando un buen lugar. El público era diverso, pero predominaban jóvenes hombres, muchos con Travis Scotts en los pies y planeando sus tácticas para el moshpit. El ambiente se volvía cada vez más intenso a medida que la hora del show se acercaba.
Y entonces, poco antes de las 9 de la noche, la sorpresa: el telonero, Lomiiel, tomó el escenario. Su entrada fue como un golpe de realidad inesperada en medio de esa atmósfera onírica que rodeaba todo el evento y mi experiencia. El público, lejos de ser indiferente, recibió su show con los brazos abiertos, coreando “Ay, dígame Lupita, ¿Cuánto quiere por la cosita?”. Era como si esa mezcla entre el humor y lo inesperado nos preparara para lo que venía. Lomiiel nos cantó hasta “la cucaracha” y cerró con “Ay, Lupita” y, en ese momento, el estadio estaba eléctrico, los fans estaban listos para lo que Travis Scott traería.
De repente, se encendió la chispa. Circus Maximus en letras rojas inundó la pantalla y Travis Scott apareció en el escenario entre explosiones de pirotecnia. Con HYAENA marcó el inicio de un viaje frenético donde el público y el artista parecían fusionarse en una sola fuerza.
Mientras el concierto avanzaba, me encontré perdida en una especie de trance colectivo. El caos, los mosh pits, y el frenesí de temas como Fe!n y SICKO MODE transformaron el estadio en una especie de ritual en el que todos éramos parte. Para algunos, era una experiencia religiosa; para mí, un viaje a través de ese limbo.
El show cerró con Goosebumps y Telekinesis, mientras Travis se despidió caminando entre sus fans, tocando sus manos como si, por un breve instante, les diera permiso de despertar de la utopía en la que nos había sumergido. Y así terminó la noche, dejándonos a todos en ese dulce estado de suspensión entre el sueño y la realidad, preguntándonos si lo que acabábamos de vivir era un concierto o algo más allá de lo terrenal.
No me arrepiento de nada. Aunque en su momento lo sentí como una decepción, algo que hasta llegué a pensar que podía ser personal Pero, después de todo lo vivido y de haber experimentado este tour, solo me queda gratitud. A quienes confiaron en mí para ofrecerme la oportunidad, a aquellos que, al saber que estaba en la ciudad, me ofrecieron un lugar para descansar, a la promotora por permitirme vivir este show, y, en general, siento mucho agradecimiento de poder vivir estás experiencias que no solo refuerzan mi amor por la música, sino que me acercan a algunos de los momentos más extraordinarios y memorables de mi vida.